martes, 1 de marzo de 2016

LEGADO DEL SANTUARIO DEL CISNE





                                                           RESEÑA HISTORICA





Sentado sobre el lecho de oro, hacia el noroeste de la ciudad de Loja, yérguese el encumbrado risco del Cisne, casi siempre graciosamente coronado de purísimas nubes. A sus plantas, deslizase ora impetuosas y espumantes, ora tranquilas y cristalinas, las aguas del tibio Guayabal, las que a poco de beneficiar con su frescura pintorescos huertos y fértiles praderas, corren a mezclarse con el caudaloso Catamayo. Al respaldo del misterioso monte, cual gigantesco muro se destaca la majestuosa cordillera de Ambocas como sirviéndole de abrigo, de los helados cierzos del norte y del poniente.

Arduo y muy penoso, es de ordinario, el ascenso hasta la cumbre del Cisne. Sus faldas de abrupta pendiente, el suelo cruzado a cada paso con hondas quiebras abiertas por lluvias torrenciales de largos siglos, hacen la subida lenta y fatigosa. Sus contornos por otra parte, desprovistos de arboledas, y donde escasamente crecen arbustos de pequeña talla, contribuyen a darle aspecto algún tanto monótono y sombrío. Más, no tarda en experimentarse impresiones las mas gratas, cuando coronada la pendiente, se expande de improvisto hacia el sur el horizonte, para desarrollarse ante la vista del fatigado caminante el más bello y encantador de los panoramas. En medio de un laberinto, o mejor dicho, de un verdadero oleaje de montes y de crestas, que cruzan aquí y se abren más allá, para luego entrelazarse, hasta  perderse en las vaporosas líneas del Cajanuma.

No bien coronada la altura del misterioso monte, de  seguida, déjase ver la pintoresca Parroquia del Cisne, con sus ranchos de rojizas techumbres, diseminadas caprichosamente por el altozano y la ladera, con jardines de vistosas y fragantes flores con su templo añoso y venerado, coronado por modesto campanario. Asentada la aldea del Cisne como nido de águila sobre la cima de inaccesible risco, con su aire de sencilla majestad, es el sitio más venerado de nuestro territorio, un lugar donde todo corazón cristiano siente las más tiernas e inefables emociones. Y éstas, como hemos dicho, no son producidas, desde luego, por la amenidad de los campos, ni por la frondosidad de las flores, ni por la variedad de las plantas, nó; porque allí todo nos convida a desligarnos de lo terrenal y a  elevar nuestro espíritu a una región superior; a ponernos en comunicación inmediata con Dios, con el cielo y con María. ¡Y qué pensamientos tan llenos de esperanza y de consuelo nos despierta la visita del santuario con sus envejecidos muros! Ante él, parecen desfilar una por una todas aquellas magníficas imágenes, a cual mas tiernas y embelesadoras de los Libros Santos, el Cedro secular del Líbano, el frondoso ciprés del Monte Sion, la soberbia palma de Cadés, la oliva coposa de los campos, el gallardo rosal de Jericó, emblemas y figuras todas de María y de la singular protección suya a sus devotos.

En aquella misteriosa cumbre perdida entre las nubes, el peregrino siéntese verdaderamente elevado a regiones donde el corazón se abre a las más sublimes esperanzas.

Y aquí, justo es de preguntarnos ¿porqué este modestísimo rincón de nuestro suelo aparece tan venerado y respetable? ¿Qué tesoro de valor inapreciable encierra en su seno esa escondida aldehuela para que tan poderosamente atraiga las miradas y simpatías de todos? Su tesoro lo diremos, constitúyelo una imagen de María, de exterior humilde, pero cuyo rostro transparenta una luz indeficiente,  extraordinaria. Si; una devota imagen de todos conocida con el título significativo de VIRGEN DEL CISNE; una imagen que ha más de tres centurias tiene alzado su  trono en aquel templo, donde reina y reinará siempre por el atractivo de sus singulares beneficios, y el ascendiente de sus grandes misericordias. Tal es la riqueza inapreciable que encierra ese santuario.

Los principales pobladores, a no dudarlo, fueron procedentes del valle de Chucumbamba  (hoy Chuquiribamba), a cuya jurisdicción perteneció El Cisne, el largo período de cientos de años. El carácter, usos, costumbres, rasgos o notas fisiológicas son bastantes fundamentales para establecer la unidad de origen entre los habitantes de los dos pueblos. Los cisneños fijaron probablemente su residencia en aquel sitio, hacia los años de 1560 o sea doce años después de la segunda y definitiva fundación de la ciudad de Loja.

Durante el coloniaje, los territorios del Cisne fueron parte integral de la provincia de Ambocas, a la cual pertenecían  también los pueblos de San Lucas, Santiago y Chuquiribamba. Las tierras que señalaron al principio a la comunidad del Cisne, fueron más extensas, en proporción de las que se concedieron ordinariamente a otros pueblos, al igual habitados por familias de indios.  Porque aún, cuando de conformidad con las Leyes de Indios, no se debía adjudicar a los naturales de cada asiento sin la propiedad de una legua en contorno del poblado, sin embargo,  por excepción  y a causa de ser El Cisne tan lleno de barrancos y despeñaderos, se le aplicaron algunas leguas a la redonda, según provisiones de la Real Audiencia de Quito, y varias ordenanzas confirmatorias de los corregidores de Loja.

El Cisne, a lo que parece, tuvo una población nada despreciable, puesto que en sus inmediaciones, se habían fundado tres parcialidades o dependencia, denominadas Ari, Ganajapa y Nona; esta última, la más antigua, dio en parte, origen a las otras. Sin embargo, es conocido  que azotado el pueblo con frecuencia por terribles epidemias de viruela y sarampión, su población  decayó notablemente, y vino tan a menos que, un siglo después de fundado, el centro del poblado, no contaba  sino con cinco indios tributarios de la  Real Corona.

Despoblación  tan notable, entre otras razones, dio asidero a los visitadores nominados por la Real Audiencia, para que ordenaran hasta tres veces la reducción de los indios del Cisne, primeramente al sitio de Gonsaballes (hoy Gonzabal) y después  al Valle de San Juan de Chuquiribamba. Sin embargo, estas ordenanzas no se redujeron a la práctica, porque justamente encariñados los indios con el suelo que les vio nacer, y repugnando por otro lado, la convivencia con los de Chuquiribamba,  con quienes estuvieron  siempre mal avenidos y en continuos desacuerdos, opusieron tenaz resistencia a las órdenes de reducción; y  a la final, consiguieron que se expidiera una Real Ordenanza, según la cual, se les dejaba en libertad para trasladarse si lo querían, a Chuquiribamba, o para quedarse en el Cisne.

El Cisne y Chuquiribamba, dos aldeas que formaron parte integral de una misma parroquia se habían disputado entre sí la primacía de sede o cabecera parroquial, desde muy remotos tiempos.
En consecuencia, desde 1620, más o menos, El Cisne fue, de hecho, constituido centro principal de la parroquia, y en tal categoría se mantuvo más de un siglo, por la absoluta decadencia de Chuquiribamba, cuya población tocaba casi su fin.

Junto con los honores de cabecera cantonal el Cisne llegó a imponer su nombre a todo el territorio parroquial, designándose con el título de “Parroquia o Doctrina de Santa María del Cisne” calidad que conservo hasta mediados del siglo XVIII como lo acreditan muchos documentos de la época, y en especial, más de 24 autos dictados en el Cisne por los Visitadores Franciscanos, entre los cuales se registra uno del Ilustrísimo Romero, Obispo de Quito en 1720.

Al finalizar el siglo XVII, el Cisne a su turno vino la decadencia y tuvo que ocupar puesto secundario porque reaccionado el pueblo de Chuquiribamba, tornó esta iglesia a ser cabeza y matriz del territorio parroquial, duró tal orden de cosas, hasta la última demarcación de  parroquias que un siglo después hizo la autoridad eclesiástica.

Aunque el Cisne es lugar donde se han establecido algunas familias de mestizos,  sin embargo, en su mayoría la población actual se compone de naturales, que por lo general, han conservado el carácter e inclinaciones propias de su raza. Sin embargo, los cisneños menos dados a la holganza que sus congéneros, se distinguen  por su dedicación a las labranzas de los campos; son casi todos agricultores y merced al cambio de sus productos agrícolas con los de Zaruma, han llegado a procurarse algunas comodidades y viven con bastante holgura.

Sus casas regularmente alineadas y tenidas con aseo, sirven de hospedería a los peregrinos que acuden, en gran número a la fiesta del 15 de Agosto, y entre año, a la celebración del mes de Mayo.

En 1873, siendo presidente de la República del Ecuador el Doctor Gabriel García Moreno, se elevo a El Cisne a la categoría de parroquia civil, separándose definitivamente de Chuquiribamba.

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